Se llamaba
Delorez Florence Griffith, y popularmente era conocida como Flo-Jo. Aunque se
retiró en 1989, sus marcas en 100 y 200 metros siguen presidiendo la tabla de
récords del atletismo femenino: 10.49 y 21.34 Ninguna atleta en la actualidad
sueña con semejantes registros. Permanecen vigentes, pero aislados en su
majestad inconmovible.
La reina de la velocidad en los Juegos de Seúl 88 nació el 21 de diciembre de
1959 en una humilde barriada de Los Angeles, California. Sus padres, un
electricista y una maestra de escuela, trajeron al mundo once hijos, y ella
era la séptima. Por sus venas corría sangre irlandesa, negra e india, una
afortunada mezcla que le daban a su rostro un singular atractivo
multirracial.
En el duro suburbio de Watts, Florence sorteó un cuantas trampas: «No me di
cuenta de cómo era el vecindario hasta que fuí un poco mayor. Doy gracias a
Dios por haber pasado, sin caer en ellas, a través de las bandas y las drogas
que andaban alrededor».
Pronto comenzó a destacar en las carreras. Estuvo becada para practicar el
atletismo en la Fundación Juvenil Ray "Sugar" Robinson, donde se
hizo conocida por derrotar a los chicos de su edad e incluso mayores. Pero,
pese a estas prometedoras cualidades, el atletismo no ofrecía un porvenir
sólido que resolviera las dificultades económicas de su familia, por lo que
lo abandonó temporamente.
Tras graduarse de secundaria en la Jordans High School, se matriculó en
Ciencias Empresariales en la Universidad Estatal de California, en
Northbridge, pero no tenía recursos suficientes para financiarse los
estudios, así que se puso a trabajar como secretaria en un banco.
Todo cambió cuando conoció a Bob Kersee, un entrenador que vio rápidamente su
potencial como velocista de clase mundial. Kersee fue el hombre que cambió su
vida para siempre. Él la llevó de regreso a Los Angeles, le consiguió una
beca para estudiar psicología en la Universidad de California (UCLA), y
juntos empezaron a trabajar en serio. Rápidamente llegaron los resultados, y
en 1982 Florence ganó el título nacional universitario en la prueba de los
200 metros, mientras sus marcas, tanto en 100 como en 200 metros, mejoraban
sustancialmente.
En 1983 participó en los Campeonatos del Mundo celebrados en Helsinki, donde
fue cuarta en los 200 metros. Al año siguiente consiguió la medalla de plata
en esta misma prueba en los Juegos Olímpicos de Los Angeles, solo superada
por su compatriota Valerie Brisco-Hooks.
Precisamente en Los Angeles conoció a su futuro marido, el también atleta Al
Joyner, campeón olímpico de triple salto en esos Juegos. Ambos se casarían en
1987. Al Joyner era además hermano de otra atleta, Jackie Joyner, que a su
vez estaba casada con Bob Kersee, entrenador de Florence...
Tras los Juegos de Los Angeles, se apartó temporalmente del atletismo.
Parecía que esto era casi una retirada. Sin embargo, lo mejor estaba por
llegar.
Con la mirada puesta en los Juegos Olímpicos de 1988, Florence reapareció en
los Campeonatos del Mundo de Roma en 1987, y ganó la medalla de plata en los
200 metros, esta vez superada por la alemana oriental Silke Gladisch. Además
gano una medalla de oro como tercera relevista del equipo estadounidense de
4x100 metros, en un cuarteto que completaban Alice Brown, Diane Williams y
Pam Marshall.
1988 sería su gran año, el año de los récords y el de los Juegos Olímpicos de
Seúl. Las pruebas de clasificación de su país para los Juegos, conocidas
popularmente como Trials, tenían lugar en Indianápolis a mediados de agosto.
Los cuartos del final de la prueba de 100 metros iban a deparar un momento
absolutamente increíble cuando Griffith logró parar el crono en 10.49, una
marca asombrosa que pulverizaba el anterior récord de 10.76 logrado por
Evelyn Ashford en la reunión de Zurich de 1984, y que aun hoy continúa siendo
inalcanzable para cualquier atleta. Al día siguiente, en las semifinales y en
la final, logró, respectivamente, 10.70 y 10.61, marcas ambas también por
debajo del anterior primado de Ashford.
Entretanto Florence se había ido distanciando de su entrenador Bob Kersee, y
tras los Trials de Indianápolis se oficializó la ruptura, pasando a estar
entrenada por su propio marido, Al Joyner.
A finales de septiembre llegaron los Juegos Olímpicos de Seúl, la competición
que la elevaría a la categoría de mito. Su actuación fue realmente memorable,
ganando las medallas de oro en 100, 200 y relevos 4x100 metros, además de una
plata en los relevos 4x400 metros. Fue sin ninguna duda la reina de esos
Juegos, eclipsando incluso a la nadadora alemana Kristin Otto, ganadora de
seis medallas de oro.
En los 100 metros su victoria fue aplastante. Ya en las semifinales conseguía
una marca de 10.64, un nuevo récord olímpico. Luego en la final, su marca de
10.54, próxima al récord mundial, quedó sin validez debido al excesivo viento
favorable. Pese a todo le sacó 29 centésimas a su compatriota Evelyn Ashford
(10.83), medalla de plata, mientras que la alemana oriental Heike Drechsler
(10.85) se llevó el bronce.
Más increíble fue su actuación en el doble hectómetro, donde batió por dos
veces el récord del mundo con un intervalo de apenas dos horas, una en
semifinales y otra en la final, siendo los 21.34 de esta última el actual
récord de la prueba, un récord tan inalcanzable hoy en día como el de los 100
metros. Para hacernos una idea, desde el año 2000 en que lo hizo Marion Jones
ninguna otra atleta en el mundo ha vuelto a bajar de los 22 segundos en esta
prueba.
La tercera medalla de oro llegó en la prueba de relevos 4x100 metros. El
cuarteto de Estados Unidos, que formaban por este orden Alice Brown, Sheila
Echols, Florence Griffith-Joyner y Evelyn Ashford, se impuso por un estrecho
margen sobre Alemania Oriental (plata) y la Unión Soviética (bronce).
Por último, Griffith tomó parte como última relevista en la final de 4x400
metros, pese a no ser especialista en esta prueba. La carrera fue un
emocionante mano a mano entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Las
soviéticas consiguieron una importante ventaja gracias a su segunda relevista
Olga Nazarova, pero una gran tercera posta de Valerie Brisco hizo que las
americanas volvieran a meterse en la prueba. Griffith recibio el testigo
apenas dos metros por detrás de Olga Bryzgina, la campeona olímpica de 400
metros, quien no se dejo llevar por la presión y supo conservar su ventaja
hasta el final. La Unión Soviética ganó con un nuevo récord mundial de
3:15.17 y Estados Unidos se tuvo que conformar con la plata con 3:15.51 En la
actualidad éstas siguen siendo las dos mejores marcas de todos los tiempos.
Sólo unos meses después y de forma sorpresiva, en febrero de 1989, Florence
Griffith-Joyner anunció su retirada definitiva de las pistas. Tenía 29 años y
estaba en la cúspide de su carrera. Convertida en el ídolo mediático del
momento, se dedicó a la publicidad, promocionando toda clase de productos y
teniendo hasta su propia línea de ropa. Incluso sacaron una muñeca llamada
"Flo-Jo". Su prematura retirada también disparó las sospechas de
dopaje que ya antes pesaban sobre ella. Para muchos, Griffith abandonó la
actividad por temor a seguir los pasos del canadiense Ben Johnson.
A pesar de su prematuro alejamiento de la práctica deportiva, en el momento
de su retirada se había ganado una imagen comercial atractiva que le permitió
firmar contratos por varios millones de dólares. Estas cifras contrastan con
la precaria situación al momento de su muerte, que se refleja en la petición
de sus familiares para que los fans no enviaran flores a su funeral, sino que
depositaran aportes monetarios en una cuenta especialmente abierta para la
hija de "Flo-Jo", Mary Ruth, de siete años.
Pese a que había conseguido medallas de plata en los 200 metros en los Juegos
Olímpicos de 1984 y en los Campeonatos Mundiales de 1987, la imagen comercial
de Griffith no adquirió real plusvalía hasta 1988, el año de
"Flo-Jo", cuando consiguió todo aquello por lo que será recordada.
Las tres medallas de oro y una de plata que Griffith conquistó en Seúl
superaron incluso sus propias expectativas, y multiplicaron el valor de sus
contratos publicitarios.
Los 18.000 dólares anuales que conseguía antes de los Juegos por el
patrocinio de Anheuser-Busch y por cortarle el pelo a sus amigos, pronto se
transformaron en varios millones. En Japón concretó las ofertas de cinco
empresas, entre ellas Mitsubishi y Mizuno; en Europa y Estados Unidos fue
emblema publicitario de Agfa, Toshiba América, Sally Hansen, Proxy Shoes y
LJN Toys. Entre todos ellos, más su participación en algunas exposiciones,
conferencias y anuncios de televisión, se embolsó unos 6 millones de dólares.
Además, el contrato con LJN Toys tenía una particularidad, ya que la empresa
sacó al mercado una barbie "Flo-Jo", y por cada una de las muñecas
que se vendieran la atleta recibía el 10 % (en total, más de 4 millones de
dólares)
Griffith acaparó la atención de millones de fans, dentro y fuera de Estados
Unidos, incluídas muchas mujeres que veían en ella una bandera de la lucha
feminista, pues podía correr a la velocidad de los hombres y al mismo tiempo
mantener su belleza y extravagancia. Bella, exótica, musculosa, y con unas
uñas larguísimas y curvadas como alfanjes, fue una pionera de los atuendos
coloristas y atrevidos en el deporte. El concepto que implicaba su imagen fue
resumido por la revista Sport Illustrated en 1989 con esta frase: «Puedes
vestir como Madonna y correr como O.J. Simpson, y nadie se reirá de ti». Su
melena rizada, sus mallas de astronauta y sus uñas kilométricas decoradas con
mimo, son testimonio ejemplar de toda una moda 'ochentera'.
Los problemas de salud comenzaron para ella en 1996. En abril de ese año
sufrió un ataque al corazón mientras realizaba un viaje de placer con su
familia, por lo que debió ser hospitalizada.
El 21 de septiembre de 1998, con sólo 38 años, fallecía víctima de una
apoplegía cerebral en su casa de Mission Viejo, California.
A Florence Griffith se la recuerda sobre todo por dos cosas. Primero por su
imagen aparatosa, con unas ropas y maquillajes espectaculares que la hacían
inconfundible en las pistas de atletismo, destacando por encima de todo sus
larguísimas y pintadísimas uñas. Esto contribuyó a aumentar su popularidad y
a realzar sus impresionantes logros deportivos.
Y en segundo lugar por las sospechas en torno a sus "portentosas"
cualidades, unas sospechas que tenían como base el propio aspecto
hipermusculado de Florence, que además se había incrementado de forma
ostensible en muy poco tiempo. La mujer "normal" que solo fue
segunda en los 200 metros de los Campeonatos Mundiales de 1987 (tras la
alemana Silke Gladisch, que acabaría su carrera implicada en un escándalo de
dopaje), se convirtió en pocos meses en un auténtico "saco de
músculos" que nada tenían que envidiar a la mayoría de participantes en
las pruebas masculinas. A quienes le preguntaban sobre la posible utilización
de sustancias prohibidas, su respuesta era clara: «He sido controlada en
infinidad de ocasiones a lo largo de mi carrera, incluso en Seúl. Los rumores
son infundados».
Aun puede decirse que, siendo Florence Griffith una mujer atractiva, no dejó
de ser atractiva después del cambio, pero sí se veía que muchos elementos en
su fisonomía no eran "normales", y sobre todo no eran como los de
la Florence anterior a 1988. Esto unido a unas marcas estratosféricas que la
situaban muy por encima de todas sus rivales, y al creciente interés de la
opinión pública por el tema del dopaje en el deporte, sobre todo a raíz del
caso Ben Johnson, provocaron toda clase de especulaciones en torno al posible
consumo de anabolizantes por parte de la atleta. En este sentido su temprana
muerte volvió a reavivar la polémica sobre las verdaderas causas que la
habían provocado. Para los expertos en medicina deportiva, el consumo de
anabolizantes está relacionado con posibles problemas cardíacos, entre otros
efectos.
En cualquier caso, y aunque cada uno tenemos nuestra opinión, no corresponde
aquí juzgar ni mucho menos condenar sin pruebas. El hecho cierto es que
Florence Griffith marcó una época en el atletismo femenino que contribuyó en
gran medida a revitalizar este deporte en los años 80
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